martes, 16 de noviembre de 2010

Fin

 Paso las hojas de my ebook y no suenan. Acerco la nariz ( y los que me conocen saben que no ando falto de espolón) y no huele a papel nuevo, ni siquiera a plástico nuevo. Algo decepcionado busco algún defecto propio de una primera edición donde agarrarme para criticar si al final lo que leo me gusta demasiado. Nada. Nada de nada. No hay erratas, ni manchas de tinta, ni hojas sueltas, ni puestas del revés. Intento en vano encontrar la ranura del marcapáginas. Lástima, hoy había elegido ese que me habían traído de El Cairo, con la efigie de Horus. Desconsolado, pruebo con algo que nunca me ha fallado. Abro el archivo que pone "La isla del tesoro". Un Long John Silver desfigurado me sonríe, o no, en la primera página. Me pongo a llorar como un niño que descubre que ya no lo es. Hoy he descubierto, pues,  que ya soy mayor, quizá anciano para ciertas cosas, y que mi mente analógica no asimila los cambios. Dentro de un par de años, más o menos, me llamarán loco; dirán no se qué de Diógenes, mientras un agente de servicios sociales incauta mi apolillada colección de Julio Verne. Hoy no es un buen día. No sé...